martes, 31 de marzo de 2020

Cap 11 - Obediencia al confesor

El segundo privilegio de los escrupulosos consiste en que, después de haber obrado, deben creer que no han consentido en ninguna falta, a no ser que estuviesen del todo ciertos de haber conocido y querido plenamente la malicia del pecado. Y sus dudas son señales ciertas de que faltó la plena advertencia o el pleno consentimiento, porque si la una o el otro hubiesen existido, los escrupulosos tendrían plena certidumbre.

Si el confesor les prohíbe, pues, acusar esas dudas, deberán obedecer ciegamente, y no abandonarlo aunque persista en la resolución de no darles oído.

Sobre este punto se engañan grandemente los confesores que se prestan a oír todas las dudas de los escrupulosos, porque éstos, a fuerza de sutilizar todo para explicarlo a su gusto, trastornan más su conciencia y acrecientan los obstáculos para la perfección. En cuanto a los penitentes, no tienen que hacer más que someter su juicio al de su padre espiritual, obedeciéndole en todo. 

Es preciso que sepan que si éste les prohíbe acusarse de ciertas materias, y aun hablar de ello, sin tener certidumbre de pecado grave; o si después de haberlos oído los envía a comulgar sin absolución, no deben ponerse a discutir, convirtiéndose en doctores, sino sólo obedecer con los ojos cerrados, sin investigar el porqué de lo que se les manda.

Mas he aquí que algún escrupuloso dirá: En cuanto a mí, lo único que deseo es obrar con la certidumbre de que agrado a Dios. La mayor seguridad que podéis tener es la obediencia al confesor, despreciando el escrúpulo, a pesar de todos los temores. Y sabed que aun en artículo de muerte estáis obligado a obrar así, para no ser víctima de los engaños del demonio. 

Repito lo expuesto: debéis hacer escrúpulo de no esforzaros en vencerlo obrando en contra, según la orden de vuestro confesor; y esto aunque estuvieseis convencido de que la duda que os atormenta no es un escrúpulo vano. 

Si os abstenéis de obrar por el escrúpulo, no haréis progresos en las vías de Dios. Os expondréis, además, a perder el alma o el juicio, y esto sí que ciertamente es un pecado. 

Con este fin el demonio acumula tantos temores. Quiere que los escrupulosos caigan en la relajación, que pierdan el cerebro, o siquiera que no hagan progresos en las virtudes, para que vivan en continuas angustias y turbaciones, de las que el infierno siempre logra ventajas. San Luis Gonzaga decía: "El demonio siempre halla qué pescar en la agua turbia"

Si queréis, pues, marchar con seguridad por el buen camino, obedeced puntualmente todos los mandatos y reglas de vuestro director. Rogadle que os prescriba no sólo reglas generales, sino también particulares, para que ordenéis vuestra conducta. 

Generales, por ejemplo: que todas las veces que no veáis con claridad una falta grave, caminéis sobre el escrúpulo sin darle importancia alguna; pero que no os confeséis de otra cosa sino de aquello que podáis jurar que es falta grave no acusada en otra vez; que comulguéis siempre que no estéis cierto de haber cometido pecado mortal; que no repitáis nunca vuestras oraciones si no estáis cierto de haberlas olvidado, etc. 

Si un escrupuloso se atuviese sólo a las decisiones dadas por el confesor en casos particulares, estas reglas le servirían muy poco. ¿Quién irá a convencer a un escrupuloso de que el segundo caso que se le presente es igual al primero? Si no tiene, pues, reglas generales, o si no las sigue, permanecerá siempre turbado e inquieto.

Lo repetiré más todavía: obedeced. No consideréis a Dios como a un tirano. Sin duda Él tiene al pecado un odio infinito; pero no puede odiar al que sinceramente detesta sus faltas, al que está pronto a morir antes que caer en ellas.

Decidme, si tuvieseis para alguno las disposiciones y el amor que tenéis a Dios, ¿creéis que no obtendríais correspondencia alguna? ¡Oh! ¡qué bueno es Dios con lo hombres de buena voluntad! el Rey Profeta nos lo asegura: ¡Qué bueno es el Dios de Israel, para los que tienen el corazón recto! (Psalm LXXXII, I).

Dios no puede olvidar a los que le buscan (Thren. III, 25). Nuestro Señor dijo cierto día a Santa Margarita: "Hija mía, ¿tú me buscas? Pues sábete que mucho más te he buscado Yo". Creedlo, Dios os dirá lo mismo, si le amáis y le buscáis de veras. Abandonáos, pues, entre sus brazos cariñosos de padre; confiad en Él; entregadle vuestra alma para que la guarde, y os librará de todas las angustias. Arrojad en su seno, os dice San Pedro, todas vuestras solicitudes, porque a Él pertenece el cuidado de vosotros (I Epist, v, 7). Obedeced, pues, y desechad vuestros temores.

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