martes, 31 de marzo de 2020

Cap 34 - Seguridad y consuelo a la hora de la muerte

De los labios de nuestro padre escuché esta sentencia, de gran consuelo y edificación: "Es imposible que se condene un alma que sale de su cuerpo con su voluntad sumisa a la de Dios. Porque Él ha prometido la gloria perdurable a los que se someten a su voluntad, y Dios no sería la verdad si no cumpliese sus promesas".

Cuando el Santo asistía a los moribundos, casi no hacía más que inculcarles por todos los medios que se sometiesen a la voluntad de Dios. "Oh mi Dios, les repetía sin descanso; que no se haga mi voluntad, sino la vuestra. Esto sin duda es recostarse, como San Juan, sobre el pecho de Jesús, y morir en el seno de la voluntad divina".

Otra vez le oí una frase que se me ha grabado profundamente en el espíritu: "Aunque Dios sea omnipotente, no puede perder por toda la eternidad a un alma que muere con la voluntad sumisa y unida a la de Cristo. Porque la infinita bondad del Creador no permite a su justicia condenar a un alma que no quiere más que lo que a Él agrada y se entrega al beneplácito divino".

Esta doctrina, de inmenso consuelo, que deberían conocer todos los fieles, no es solamente de San Francisco de Sales: fue enseñada también por el gran profesor de Roma San Felipe Neri, que habla como el santo Obispo de Génova, y por Blosio, que dice: "El que en artículo de muerte hace un acto de perfecta conformidad a la Voluntad de Dios, no sólo quedará libre del infierno, sino aún del purgatorio; aunque hubiese cometido todos los pecados del mundo" (Lib, De cons, XXXIV).

San Alfonso María de Ligorio sostiene la misma opinión, apoyándola en razones teológicas. Después de transcribir las anteriores palabras de Blosio, agrega: "La razón es que quien acepta la muerte con perfecta resignación, adquiere un mérito semejante al de los santos mártires, que dieron espontáneamente su vida por Jesucristo" (Monaca Santa, t.II, pág 25).

Sufrir voluntariamente los tormentos y la muerte antes que renunciar a la fe, es decir, antes que renunciar a Jesucristo, obrando contra su propia voluntad: tal fue y tal es el mérito de los mártires.

Del mismo modo, hacer de la necesidad virtud, aceptando la muerte conforme a la Voluntad Divina y con resignación filial al Eterno Padre, que la envía: tal es, igualmente, el mérito del moribundo que hace el generoso sacrificio de su vida.

¡Oh! ¡Qué Bueno es Dios, y qué doctrina tan consoladora!

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