martes, 31 de marzo de 2020

Cap 19 - Continuación del precedente

A nuestro Santo, dice el autor del Espíritu de San Francisco de Sales, aunque tan compasivo con los otros que le vi llorar muchas veces sobre los pecadores y sobre los enfermos, a imitación de Jesucristo, que lloró sobre Jerusalén y sobre la tumba de Lázaro, lo era tan poco consigo, que jamás se quejaba de trabajo alguno que le sucediese. Si caía enfermo, refería simplemente su mal, y después se entregaba en manos de la Providencia y a disposición de los médicos, a quienes obedecía sin vacilar.

En las aflicciones interiores era, por decirlo así, amigo y partidario de ellas; diciendo que así como es mejor el pescado que se cría en las aguas salobres del mar, así también las mejores almas, las más sólidamente virtuosas son las que encuentran la paz de Dios en las amarguísimas ondas de las tribulaciones de espíritu.

A uno que se lamentaba de la privación de consuelos espirituales, le escribió diciéndole: "El amor de Dios no consiste en consuelos ni ternuras; si así fuese, pudiera afirmarse que Jesucristo no amaba mucho a su Eterno Padre cuando decía que estaba triste hasta la muerte; cuando clamaba: ¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado? Y precisamente en esas situaciones fue cuando hacía el más sublime acto de amor que podemos imaginarnos. En fin, quisiéramos tener siempre un poco de consuelo y azúcar en nuestras viandas, es decir, gustar sensiblemente del amor y la ternura".

En otra ocasión decía con mucha gracia que las confituras secas no son menos agradables que las líquidas, ni el asado menos sabroso que el guisado; que las flores marchitas tienen mayor fragancia que las frescas y húmedas; que los buenos estómagos se mantienen mejor con viandas fuertes que con las que son ligeras y líquidas.

En una palabra, San Francisco no era amante de la devoción sensible, ni de las almas golosas, las cuales, decía, son ordinariamente amigas de sí mismas, y por eso pierden en lo que piensan ganar. Son como muchas madres, que por su demasiada ternura echan a perder a sus hijos.

A uno que se quejaba de no tener gusto en la devoción, de tal modo que Dios le había quitado todas las rosas dejándole sólo las espinas, le respondió: "Tanto mejor: contaos ya fuera de la turba de aquellos perdidos que decían: Venid, coronémonos de rosas. Estáis, pues, en compañía de Santa Catalina de Siena, que prefirió la corona de espinas a la de piedras preciosas. Decidme, continuó el Santo, ¿qué desearías más, un alimento sin salsa o una salsa sin alimento? ¿una perdiz sin una naranja o una naranja sin perdiz? ¡Oh Dios! ¿Hasta cuándo gustaremos, como los niños, sólo leche y golosinas, y no alimentos sólidos y llenos de jugo saludable?"

"Nada nos inquieta tanto como el amor propio y la falsa estimación de nosotros mismos. Si carecemos de ternura y gustos sensibles en la oración, de suavidades interiores en la meditación; si tenemos algunas dificultades para hacer el bien; si algún obstáculo se opone a nuestros justos deseos, se nos verá solícitos en vencer todo eso y abatidos por la inquietud."

"¿Y por qué? Sin duda porque amamos nuestros consuelos, nuestras conveniencias, nuestras comodidades. No vemos que Jesús, prosternado en tierra suda sangre y agua por la angustia, por el extremo combate entre los afectos de la parte inferior de su alma y las resoluciones de la parte superior."

"Decís que nada hacéis en la oración; pero lo que hacéis basta, porque ¿no es buena oración presentarnos solamente ante Dios para mostrarle nuestra nada y nuestra miseria? El más elocuente discurso que nos hace un mendigo es presentarse a nuestros ojos con su desnudez y necesidades". 

"A veces delante de Dios haréis menos que eso, porque sólo estáis allí como un espectro o una estatua. Pero advertid que en los palacios hay estatuas que no sirven más que para recrear la vista de reyes y príncipes. Contentáos, pues, con servir de esto a Dios, y Él animará esa estatua cuando sea de su agrado". 

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