Es útil a muchos descubrir al padre espiritual las dudas que inquietan y las tentaciones que más humillan, tales, verbi gracia, como los pensamientos contra la castidad, aunque se hubiesen desechado.
San Felipe Neri decía: "La tentación descubierta está a medio vencer". El demonio es un espíritu de tinieblas, y cuando se le descubre emprende la fuga. He dicho a muchos, porque hay almas probadas en la virtud que son demasiado tímidas en este punto. A ellas será útil alguna vez prohibirles que se acusen sobre esta materia cuando no tengan certidumbre de haber pecado.
La razón es, como lo diremos en otra parte, que reflexionando sobre si han consentido o no, y sobre la manera de explicar las tentaciones, la imaginación se excita más y más con los objetos vergonzosos presentados al espíritu, y de aquí que aumenten las inquietudes y con ellas el temor de haber consentido.
Obedeced a vuestro confesor y haced lo que os diga. Lo que os recomiendo sobre todo es la sinceridad con él y la fidelidad en descubrirle todos los secretos de vuestra conciencia, declarando las cosas tales como son. Por ejemplo, si se cometió una acción mala, no bastará decir que hubo malos pensamientos.
Obedeced a vuestro confesor, y estad cierto de que no os perderéis obrando de ese modo. Así lo hicieron los santos. Muy a menudo, como se lee en sus historias, han vivido en perplejidades y temores de ofender a Dios.
Santa Catalina de Bolonia era muy molestada de escrúpulos, pero obedecía ciegamente a su confesor. A veces temía acercarse a la Santa Mesa; pero a una simple seña de su padre espiritual se levantaba violentamente, y a pesar de todos los temores, recibía la Sagrada Comunión. Su obediencia fue recompensada; un día se le apareció Jesucristo, diciéndole: "Regocíjate, hija mía, porque obedeciendo como lo haces me procuras un gran gozo".
Otra vez se apareció Nuestro Señor a la Bienaventurada Estefanía Sonziano, dominica, y le dijo: "Puesto que dejaste tu voluntad en manos del confesor que me representa, pídeme la gracia que quieras y te la concederé". Ella respondió: "Nada quiero, Jesús mío, sino sólo a Vos".
San Antonio, arzobispo de Florencia, refiere que un sacerdote discípulo de San Bernardo había llegado a tal extremo por los escrúpulos, que no se atrevía a celebrar. Se dirigió a su maestro para consultarle, y San Bernardo, por toda respuesta, sin dar explicación alguna, le dijo: "Ve a decir la Santa Misa; soy responsable de todo". El religioso obedeció y fue curado.
No me digáis: "Si tuviera a San Bernardo, también obedecería ciegamente; pero mi confesor no es San Bernardo". - Pero es para vos más que San Bernardo, porque en aquella circunstancia ocupa el lugar de Dios.
Escuchad lo que os dice Gersón: "Hablando así, os engañáis. No se os puso en manos de algún hombre porque fuese santo o sabio, sino porque Dios lo puso a conduciros".
Por tanto, obedeced a vuestro padre espiritual no como a un hombre, sino como a Dios, y no podréis extraviaros.
Al principio de su conversión, San Ignacio se vio de tal suerte rodeado de tinieblas y acometido por los escrúpulos, que no encontraba reposo. Mas como tenía fe en aquellas palabras del Salvador, "el que a vosotros escucha a Mí me escucha", dijo con grande confianza: "Señor, mostradme el camino que debo seguir; soy ciego, mas cuando me déis un cachorrillo que me conduzca, os prometo dejarme conducir por doquiera". El santo fue fidelísimo en obedecer a sus confesores, y mereció por ello, no solamente la santa libertad de espíritu, sino también la maestría para guiar escrupulosos.
Si el día del Juicio Nuestro Señor os pidiese cuenta de lo que por obediencia hubierais hecho, podríais responderle: "Señor, lo he hecho para obedecer a vuestro ministro, como lo habéis dispuesto". Diciendo así, no habría temor de ser condenado. "Si por acaso el confesor se engañase, escribe el P. Alvarez, el penitente estaría seguro y no se engañaría obedeciendo".
¿O pensáis que para estar tranquilo hay obligación de examinar si el confesor es suficientemente sabio? Basta que tenga la aprobación de su Obispo para que ocupe el lugar de Dios y para que no podáis perderos obedeciéndole en todo.
Pero diréis: No soy escrupuloso; mis inquietudes no son vanos temores, están bien fundados. Yo respondería: No hay un verdadero loco que se tenga por tal. Su locura consiste precisamente en ser loco sin conocerlo. Lo mismo puede decirse de los escrupulosos.
Según el juicio de vuestro confesor, sois escrupuloso porque no conocéis lo vano de vuestros temores; si lo conocieseis, despreciaríais esas inquietudes y no seríais escrupuloso. Tened, pues, calma, obedeciendo al padre espiritual que conoce bien vuestra conciencia.
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