martes, 31 de marzo de 2020

Cap 24 - Escrúpulos sobre los pecados e imperfecciones

Todo contribuye al bien en aquellos que aman a Dios (Rom, VIII, 28), dice San Pablo. Sí; todo, aun el pecado. Dios es tan bueno, que nunca permitiría el mal si, por un secreto admirable, reservado a su sabiduría soberana, no pudiese cambiarlo en bien. Dios, en efecto, hace que sobreabunde la gracia donde abundaba el pecado. Ejemplos de ello son David, Manassés, San Pedro, San Pablo, la Magdalena, San Agustín, Santa María Egipcíaca, etc.

"Puesto que Dios, dice San Francisco de Sales, puede sacar bien del mal, ¿para quién ha de hacer esto sino en provecho de los que se han dado a Él? Sí, aun los pecados que nos prohíbe contribuyen al bien de los que le aman. David jamás habría sido tan humilde si no hubiese pecado; ni la Magdalena tan amorosa con su Salvador si no la hubiesen perdonado tantas culpas, y claro está que jamás se le habrían perdonado si no las hubiese cometido. Dios, pues, en su misericordia, convierte nuestras miserias en gracias, y en bebida saludable el veneno de nuestras iniquidades".

"Aunque no veáis el camino por donde debe llegar este bien, estad seguros de que llegará. Si Dios cubre vuestros ojos con un velo de ignominia, es para restituiros la vista y presentaros después un espectáculo de honor; si permite que caigáis, es para elevaros, como el Apóstol, al tercer cielo".

Las almas buenas confunden ordinariamente el pecado venial con la imperfección. Ved aquí la piedra de toque para distinguirlos.

"Nuestro bienaventurado padre, dice El Espíritu, enseñaba que el pecado venial procede siempre de la voluntad, pues sin el consentimiento de ésta no hay pecado. Y según que el consentimiento se aplique o se dé a una materia grave o levemente pecaminosa, el pecado será mortal o venial". 

"Pero la imperfección es propiamente un movimiento defectuoso que se anticipa al consentimiento pleno de la voluntad. El reír descompasada e inmoderadamente, con gusto deliberado, sin parar mucho la atención en el mal ejemplo que se da a los circunstantes, es falta venial; pero el ser asaltado por la pasión de la risa y romper en ella indeliberadamente, no es más que una imperfección. Manifestar deliberadamente la aversión por alguno es un pecado venial; pero si eso es pronto y repentino como un relámpago, que no bien se ve cuando desaparece, no es más que una imperfección".

"Hay que notar que las imperfecciones no son suficiente materia para la absolución; pero sí pueden serlo los pecados veniales, aunque no sean materia necesaria".

"Las moscas y las pulgas en el verano son extremadamente importunas, pero no crueles; ejercitan nuestra moderación, pero no nuestra paciencia, por ser tan corto mal la picadura de esos ruines animalillos".

"Hay almas cuyas conciencias tienen una piel tan tierna y delicada, que la más pequeña imperfección las amohina, y a veces se enfadan por haberse enfadado y se indignan de haberse indignado; y en tanto exceso, que esta segunda displicencia suele ser mayor y más molesta que la primera. Todo esto provine del amor propio, tanto más difícil de curar cuanto es más secreto y disimulado. El mal que se conoce se puede considerar como vencido".

"Tienen esas almas tal opinión de sí mismas, y se consideran con tal perfección que, cuando creen haber faltado a ella, al punto llegan a una desolación profundísima".

"Quería nuestro Bienaventurado Padre que de la misma tierra se fabrique el foso, y de las propias brechas el baluarte; es decir, que se saque provecho de las imperfecciones mismas, haciéndolas servir de cimiento para el edificio de nuestra animosa humildad, y aun para haceros esperar contra toda esperanza".

"A uno que se inquietaba por sus imperfecciones le escribió: 'Bien quisiéramos estar sin imperfecciones; pero es preciso conformarnos con pertenecer a la naturaleza humana y no a la angélica'. Nuestras imperfecciones no deben desagradarnos, porque hemos de decir con el Apóstol: ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?

"Debemos sacar de ellas sumisión y humildad y sobre todo desconfianza de nosotros mismos; pero nunca desaliento, ni mucho menos duda de que Dios nos ame. En verdad Dios detesta nuestras imperfecciones y pecados veniales; pero nos ama tiernamente a pesar de todo ello, así como las madres, por más desagradadas que estén con las enfermedades de sus hijos, no sólo aman a éstos, sino que les muestran mayor ternura y compasión cariñosa. De suerte que David pudo exclamar con justicia: ¡Señor, ten misericordia de mí porque estoy enfermo! Cuando el conocimiento de nuestras imperfecciones nos humilla, ganamos mucho; y el progreso que hacemos en la humildad repara con creces el daño que produjeron esas imperfecciones"

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