La contrición acompañada del propósito. Esta condición es esencial para obtener el perdón de los pecados. Las confesiones mejores no son las más largas, sino las más dolorosas. La prueba de una buena confesión, dice San Gregorio, no consiste en el gran número de palabras del penitente, sino en el arrepentimiento que manifiesta. Mas todos aquellos que se confiesan a menudo y tienen horror aun a los pecados veniales, deben desechar toda duda sobre la contrición verdadera.
Sucede que se atormentan demasiado porque no la sienten. Quisieran acercarse siempre al confesonario con las lágrimas en los ojos y mil ternuras en el corazón; pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no lo consiguen a veces y viven inquietos sobre sus confesiones.
Pero deberían estar plenamente persuadidos de que la contrición no existe en el sentimiento, sino en la voluntad. En ésta reside todo el mérito de las virtudes. Por eso Gerson escribe hablando de la Fe: "Algunas veces el que desea creer adquiere más mérito que muchos que posean el don de la Fe".
Antes que este escritor de espíritu, Santo Tomás, hablando expresamente de la contrición, aseguraba que "el dolor esencial y necesario para la confesión es el pesar del pecado cometido. Este dolor no está en la parte sensitiva, sino en la voluntad. El dolor sensible es un efecto del dolor de la voluntad, y no siempre puede obtenerse, porque la parte inferior del alma no sigue siempre con docilidad a la parte superior. Por tanto, la confesión será buena siempre que en la voluntad haya soberano arrepentimiento del pecado".
Absteneos, pues, de los esfuerzos para obtener contrición sensible. Cuando se trata de actos interiores, debéis saber que son más aceptables los que se ejecutan con menos violencia y mayor suavidad. Porque el Espíritu Santo dispone todo con dulce suavidad. Disponit omnia suaviter (Sap VIII, I). Por eso el santo penitente Ezequiel decía hablando de sus faltas: Experimento gran dolor, pero estoy en paz.
Cuando queráis prepararos a la confesión, comenzad por pedir a Dios Nuestro Señor y a la Santísima Virgen un verdadero dolor de vuestros pecados; hacer brevemente el examen, y para la contrición os bastará decir: "Dios mío, os amo sobre todas las cosas; espero, en virtud de la preciosa Sangre de Jesucristo, Vuestro Hijo Unigénito, el perdón de mis pecados; me arrepiento de todo corazón; no quisiera haberlos cometido, los detesto más que todas las cosas, sólo porque son ofensa vuestra. Uno mi dolor al de Jesucristo en el huerto de los olivos. Mediante vuestra gracia estoy resuelto a no ofenderos jamás".
Siempre que hubierais querido tener voluntad verdadera (entendedlo bien, basta el deseo), al decir esas palabras podéis acercaros tranquilamente a recibir la absolución sin temores ni escrúpulos. Para quitar toda angustia respecto de la contrición, Santa Teresa de Jesús nos da otra señal igualmente cierta: "Examinad, dice, si tenéis sincera resolución de no cometer las faltas que confesáis; si así fuere, ninguna duda debéis abrigar respecto de la contrición".
Para que la confesión sea buena, el propósito de ser firme, universal y eficaz.
1º. Debe ser firme. Algunos se dicen: no quisiera volver al pecado; no quisiera ofender a Dios. ¡Ah! Pero estos quisiera indican que el propósito no es firme. Para darle esta cualidad, se necesita decir con una voluntad resuelta: no quiero cometer este o estos pecados; no quiero ofender a Dios con deliberado propósito.
2º. Debe ser universal, es decir, que el penitente deberá estar resuelto a evitar todos los pecados sin excepción alguna. Esto se refiere a los mortales. En cuanto a los veniales, para la validez del Sacramento, y tratándose de personas que no tienen falta grave que declarar, basta que se arrepientan de una sola especie de pecados y los confiesen con la voluntad de no recaer en ellos.
Los más adelantados en las vías del Señor deberían proponerse evitar todos los veniales deliberados. En cuanto a los indeliberados, como es imposible evitarlos todos, basta la voluntad de huir de ellos siempre que se pueda.
3º. El propósito ha de ser eficaz, es decir, que debe abrazar la resolución firme de poner los medios de no volver a los pecados, y sobre todo de huir de las ocasiones próximas. Se llaman así las que ordinariamente dan origen a pecados graves, y también aquellas en las cuales, sin justa razón, se ha dado suficiente motivo para los pecados de otros.
En este caso no basta proponerse evitar el pecado, se necesita también tener la voluntad de huir de la ocasión: de otra manera todas las absoluciones que se reciban serán inválidas.
La razón de esto es que el no querer desechar las ocasiones próximas de pecados graves, es de suyo una falta mortal. De donde resulta que recibir la absolución sin la voluntad de evitar este género de ocasiones próximas, es un nuevo pecado grave y un sacrilegio.
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