Pero me diréis: - ¿En qué conoceremos esta diferencia? - Ved aquí la piedra de toque; observad si os agrada o no la tentación; y puesto que los pecados no pueden dañar cuando desagradan, con más razón tampoco perjudicarán las tentaciones. Oid una sentencia del Santo sobre el asunto: "Notad que mientras la tentación nos desagrada nada hay que temer. ¿Por qué os había de desagradar sino porque no la queréis o no queréis lo que os propone?"
- Pero si yo -me diréis- me detengo mucho en ella, ya por inadvertencia, ya por inacción al desecharla, o bien por debilidad en combatirla, ¿no habrá en ello algún género de complacencia? "El mal en las tentaciones no se mide por su duración; podrá perseguirnos y ejercitarnos toda nuestra vida; pero con tal que en todo tiempo nos desagrade, nunca podrá hacernos pecar. Por lo contrario, ese desagrado nuestro nos preserva y nos sirve de materia de virtud, y por consiguiente, de corona".
- Pero temo -replicáis- que por algún tiempo me haya agradado. "Pues ese mismo temor testifica que os fue desagradable; porque lo que se gusta no se teme; el mal es el que causa temor. Así, pues, si tuvisteis advertencia para ver la tentación como un mal, no pudo seros agradable".
- Pero qué, ¿no es malo detenerse en ella? "Si este entretenimiento precede al uso o advertencia de la razón, no importa mucho, y para que la delectación que llamamos morosa sea pecado, es menester que haya algún género de consentimiento y malicia voluntaria.
"Cuando el tentador ve nuestra voluntad firme en la gracia; que huimos del pecado como de una serpiente, y que aun su sombra nos infunde espanto, se contenta con producir en nosotros inquietud, ya que no puede precipitarnos a la culpa. Por eso levanta un huracán de tentaciones que nos llena de polvo los ojos para afligirnos y hacernos menos agradable el camino de la virtud".
"Para combatir las tentaciones graves se necesitan armas y broqueles; pero hay muchas cotidianas que no se vencen sino con el desprecio. A los lobos y a los tigres se les hace la guerra, pero sería ridículo ponerse en actitud de combate para luchar contra los mosquitos".
A uno que se inquietaba y entristecía de verse asaltado por diversas tentaciones contra la fe, no obstante que le desagradaban hasta el extremo de atormentarle el corazón, le escribió nuestro bienaventurado padre de esta suerte: "Han vuelto vuestras tentaciones contra la fe y os atormentan aunque no les respondéis palabra. No les repliquéis, y quedará todo remediado. Pero vos pensáis mucho en eso; las teméis y receláis demasiado: si no fuese así, ningún mal os hicieran. Sois muy sensible a las tentaciones, amáis la fe y no quisierais que os viniese un solo pensamiento contrario a ella; y luego que os asalta alguno os turbáis y entristecéis".
"Sois demasiado celosa de esta pureza de fe, y os parece que cualquiera cosa la mancha. No, hija mía, no; dejad correr el viento, y no penséis que el manso susurro de las frondas es el estrépito de las armas".
"Poco hace que estaba yo junto a unas colmenas, y algunas abejas se me pusieron sobre la cara; queriendo apartarlas presto con la mano: 'No, me dijo un campesino, no las toquéis y de ningún modo os picarán; tocándolas pueden haceros mal'. Lo creí, y en efecto, no me picaron. Creedme: no temáis las tentaciones, no las toquéis, y no os ofenderán. Pasad a otra cosa y no os detengáis en ella".
Añadiré que con el menosprecio, más que con el combate, se adquiere presto el triunfo contra el tentador y contra las tentaciones, porque el combatir con alguno es señal de que se conoce su fuerza; pero desdeñarse de reñir con él es la señal de que se le tiene por vencido y por indigno de nuestra cólera. El desprecio de las tentaciones es claro indicio de progreso en la virtud y de confianza filial en el Dios de las batallas. Por lo que toca al tentador, no hay cosa que más le ahuyente como el desprecio; no puede soportar el verse humillado.
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