Las ocasiones próximas de pecado son raras entre los virtuosos. Para ellos la tentación más funesta y más frecuente es de ocultar pecados en la confesión. Sucede que estas pobres almas caen desgraciadamente en un pecado grave, y al punto el demonio acrecienta en ellos la vergüenza natural y la angustia para declararlo.
¡Ay! gran número de estas buenas almas, por esta maldita vergüenza, sufren y sufrirán eternamente los horrores del infierno, porque dominados por el respeto humano, continuaron durante meses y años haciendo confesiones y comuniones sacrílegas.
Se lee en las crónicas de los Carmelitas que una joven de vida ejemplar tuvo la desgracia de cometer un pecado deshonesto. Tres veces lo ocultó en la confesión y las tres tuvo la osadía de acercarse a la Sagrada Mesa; pero inmediatamente después del último sacrilegio, le sobrevino de súbito la muerte. Por la fama de santidad se la enterró honoríficamente en un templo. Cerrado apenas éste, al terminar los funerales, el confesor de esa desgraciada fue conducido por los ángeles cerca de la tumba; ésta se abrió, la difunta se incorporó, y herida en el cuello por los ángeles, arrojó en un cáliz preparado al efecto las tres hostias recibidas sacrílegamente y conservadas por milagro. En seguida los ángeles la despojaron de sus hábitos, y al punto la infeliz, tomando horribilísimo aspecto, desapareció arrebatada por dos demonios.
¿Cómo, pues, una alma que ha tenido la osadía de ofender gravemente a Dios, y que a causa de esto merece el infierno, podría encontrar excusa ante el supremo Juez, si calló los pecados por la corta y despreciable confusión que había de experimentar acusándose una sola vez y a un sólo sacerdote?
Si quiere ser perdonada y evitar las penas eternas, la confusión misma la prepara a ello. ¿No es por ventura justo que los que han menospreciado a Dios se confundan y sepan humillarse?
Tal fue la respuesta de la pecadora Adelaida al demonio. En el momento de convertirse resolvió hacer una buena confesión. Cuando se acercaba al sacerdote, el demonio le puso ante los ojos la vergüenza que experimentaría al confesar los pecados, y le dijo: "¿Adónde vas, Adelaida?" Y ella respondió con energía: "A confundirme y a confundirte". A la vergüenza agrega el demonio mil embustes y temores vanos. Procuraremos destruir algunos.
- Si acuso este pecado, me reprenderá el confesor. -¿Y por qué os ha de reprender? Decidme, si fueseis confesor, ¿reprenderíais a la pobre alma que os descubriese sus miserias con la esperanza de que la levantaseis en su caída? ¿Cómo, pues, pensáis que el confesor, obligado por su ministerio a la más grande caridad con el penitente, os habría de reprender, os habría de atormentar con palabras rudas al decirle vuestro pecado?
- Pero al menos el confesor se escandalizará y perderé para siempre su estimación. -¡Mentira! Vuestro confesor no será escandalizado, sino edificado, viendo vuestras disposiciones, a pesar de la vergüenza que experimentáis. ¿Y creéis que el confesor no habrá oído tantos pecados como los vuestros y quizá más vergonzosos?
No es verdad que perderéis su estimación; al contrario, os estimará mucho más, y os ayudará con mayor celo viendo la confianza con que descubrís ante sus ojos vuestra miseria y admirando las maravillas que la gracia opera en vuestro corazón.
- Quiero confesarme, pero cuando se presente un sacerdote desconocido. -¡Ay! ¿Qué decís?... ¡Y entretanto queréis vivir en enemistad con Dios, en peligro de perderos para siempre y cercado por los remordimientos, que os destrozan el alma y no os dejan reposar de día ni de noche? Y todo por no decir estas dos palabras al confesor: "Padre mío, tuve la desgracia de caer en falta grave, pero no quiero desesperarme con ello".
- Decís: "Me confesaré con un sacerdote desconocido", y quizá, ¡qué horror! entretanto os acercáis a la Santa Mesa para ocultar el estado de vuestra alma. ¿Queréis, pues, agregar el sacrilegio a los pecados cometidos? ¿Y sabéis que tan horrible crimen es un sacrilegio?... ¡Así el remedio que vuestro Salvador os había preparado con su Sangre Preciosísima se convertirá para vos en veneno que produce la muerte eterna!
- Pero yo me confesaré más tarde... - Y si sois castigado con muerte súbita, hoy tan frecuente, ¿qué será de vos por toda la eternidad?
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