Lo hemos dicho y está demostrado por la experiencia: cuando el escrúpulo se apodera de un alma se extiende a todo. Y ésta, como Nuestro Señor Jesucristo sobre la cruz, no puede apoyar la cabeza coronada de espinas ni a la diestra ni a la siniestra. Después de los dos sacramentos de que nos ocupamos arriba, la oración, entre todos los ejercicios espirituales, es un riquísimo bálsamo de consuelo y un estímulo eficaz para todas las almas. Pero el escrúpulo, atacándola constantemente, concluye por hacerla fastidiosa.
¿De qué me sirve meditar? dicen muchos. Estoy ante Dios como tierra sin agua, insensible, árido, distraído, ni sé que decir. Llego al fin de la meditación, que me parece larguísima, sin sacar más provecho que un cansancio lastimoso del cerebro y un temor grande de haber abusado de la gracia.
Decís que os encontráis insensible, árido, distraído en la oración. Si es por vuestras culpas, procurad la enmienda. Si, por el contrario, esta situación es un prueba, consolaos y guardaos bien de abandonar la meditación. Oid a San Francisco de Sales:
"Propio es de los niños gustar del dulce y los confites, porque aun carecen de juicio para conocer que estas golosinas les hacen mal y les crían lombrices. Esto acontece a los espíritus ligeros y poco arraigados en la piedad: no hacen progreso alguno en la virtud sino cuando Dios les llueve el maná de los consuelos interiores".
"¿Llegan la aridez y la desolación? Presto se les verá lánguidos, flojos y pesados para sí y para otros. Son como los hijos de Efrem, los cuales, diestros para tirar al blanco, huían al ver de frente al enemigo".
"No conviene obrar así; antes por el contrario, cuanto más nos priva Dios de los consuelos, más debemos nosotros trabajar para darle pruebas de que le somos fieles. Un solo acto de virtud hecho con aridez o sequedad de espíritu, vale más que muchos practicados con gran ternura, porque hay más generosidad en aquél, aunque éstos sean gustosísimos a nuestra alma".
"El soldado valiente se presenta con serenidad en los peligros; pero los que son cobardes no van sino a empellones, y necesitan el fragor de los clarines para entrar en batalla. Son como los globos, que suben más alto mientras más vayan cargados de viento".
"El que sirve a Dios por los consuelos muestra que ama más los consuelos de Dios que al Dios de los consuelos. Todo el que huye de la cruz no es digno de seguir al Maestro".
El mismo santo Doctor decía a veces: "Mejor quiero comer el pan sin azúcar que el azúcar sin pan". Ciertas almas hacen como los niños, a quienes para poder nutrirlos se les pone miel sobre el pan: ellos lamen aquella, pero abandonan éste. Los que no aman a Dios sino por la dulzura de su amor, son como las golondrinas, que buscan el calor de nuestras moradas y nos abandonan en invierno.
La ausencia de consuelos sensibles en la oración y otros ejercicios espirituales produce en muchos amargas inquietudes, porque se imaginan que con el tedio y sequedad no se hacen progresos en la virtud.
Los grandes maestros de espíritu les responden: "Para ir al cielo no queréis avanzar sino sobre una senda regada de rosas, como si el camino de la felicidad no estuviese sembrado de espinas y como si el espíritu Santo no nos asegurase que para entrar al cielo necesitamos muchas tribulaciones".
"Vivid sólo para Dios, y por el amor que os tiene, soportad vos mismo todas vuestras miserias, dice el mismo santo. Ser esclavo de Dios no consiste en estar siempre consolado, siempre en dulzuras, siempre sin aversión ni repugnancia para el bien. Si así fuese, ni Santa Ángela, ni Santa Catalina de Siena, ni Santa Paula, hubieran servido a Dios".
"Servirle es tener caridad con el prójimo; alimentar en la parte superior del espíritu la resolución firme de seguir la voluntad divina; ser manso y humilde para entregarse del todo a Jesús, para levantarse de toda caída, y soportarse a sí mismo y a los otros".
"Hay almas que no conocer la devoción si no es sensible; tan delicados tienen los dientes del espíritu, que no pueden masticar el pan de vida si no es tierno y suave. Hombres de poca fe, a quienes pudiera hacerse el reproche de la Escritura: '¿Hasta cuando amaréis como niños sólo las cosas de la infancia?'"
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