Me falta tiempo para prepararme a la Comunión como debiera. - Si perdéis el tiempo en ocupaciones inútiles, esta excusa no tiene valor alguno; pero si en realidad carecéis del tiempo que desearais a causa de vuestras ocupaciones personales y de otros deberes que la obediencia os impone, sabed que todas esas cosas, cumplidas con intención de agradar a Jesucristo, son una preparación para recibirlo.
Santa Magdalena de Pazzis se encontraba un día haciendo el pan cuando oyó la campanilla de la Comunión, quedando arrobada en éxtasis; y sin advertirlo, se acercó a la Santa Mesa llevando aún en las manos dos trozos de pasta. Y decía a sus hermanas: "Para prepararos a la Comunión ofreced a Jesucristo todas vuestras acciones con intención de agradarle, y acercaos sin temor alguno".
No debéis, por tanto, dejar la Comunión, aunque no hubieseis tenido tiempo de prepararos, con tal de que os hayáis ocupado en el servicio de la comunidad, en la asistencia de algún enfermo o en cualquiera otra obra de caridad imprescindible.
Pero en estos casos evitad las conversaciones y entretenimientos no necesarios, si dependen de vuestra voluntad. Cuando advirtáis que no habrá tiempo de prepararos por la mañana, cuidad de prepararos siquiera un poco la víspera, leyendo algún libro piadoso y practicando los actos que deberíais hacer por la mañana. Y sería mejor que os despertaseis más presto que de ordinario, para prepararos un poco.
- Pero mi confesor no está dispuesto a permitirme la Comunión frecuente. - Si esta es la verdad, debéis obedecerle, contentándoos con multiplicar las comuniones espirituales, diciendo a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento: "Señor mío Jesucristo, os recibiría más a menudo, pero la obediencia no me lo permite". Y estad cierto de que el amable Jesús aceptará con mucho agrado vuestra obediencia y vuestro deseo.
Pero si el confesor no os concede comulgar con frecuencia, ¿no es quizá porque no se lo pedís? El pedirlo de ningún modo es contra la obediencia. Y aun los confesores, para conceder la Comunión más o menos frecuente, atienden al deseo que observan en sus penitentes.
Como lo he dicho, este alimento celestial, para producir todos sus frutos, requiere gran deseo en quien lo recibe, y aprovecha poco a las almas indiferentes. No queréis pedir licencia para comulgar a menudo, y se demuestra así que no lo deseáis. Por eso el confesor se abstiene de concederos ese don.
¿Por que no seguís el ejemplo de Santa Catalina de Siena? Cuando su confesor, quizá para ejercitar su obediencia, le negaba el permiso de comulgar, humildemente repetía: "Padre, conceded a mi alma su alimento".
Si manifestaseis a vuestro confesor esta hambre divina, accedería gustoso a vuestros ruegos; pero considerando vuestra frialdad y poco deseo de perfección, por prudencia se abstiene de prescribiros la Comunión frecuente.
¡Oh! ¡Cómo avanzan en el amor divino los que, animados de buen deseo y con permiso de su padre espiritual, comulgan a menudo! Jesucristo los atrae maravillosamente, sin que ellos lo adviertan; los deja a veces en la obscuridad y sin devoción sensible, para mantener su humildad y resignación.
"Para las almas desoladas, dice Santa Teresa, no hay mejor recurso que la Comunión frecuente". Dígase lo que se quiera, lo cierto es que las mejores parroquias, ordinariamente hablando, son aquellas donde abundan las comuniones frecuentes, y en esas parroquias los fieles más fervorosos y ejemplares son los que diariamente se acercan a la Santa Mesa.
¿De qué sirven tan vanas excusas? Lo cierto es que no se comulga con frecuencia para no verse obligado a vivir más cristianamente y con más desapego a sí mismo y del mundo. Se sabe bien que dos cosas no pueden andar unidas: la Comunión frecuente y la disipación, los afectos mundanos, las vanidades, la afición a la propia estima, a la sensualidad y otras imperfecciones.
He aquí por qué se deja la Comunión frecuente. Nadie puede sufrir los reproches de Jesucristo cuando viene a un alma constituida en esta situación. Y se le recibe raras veces porque se desea vivir con mayor libertad.
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