Como las tentaciones son grandes tormentos para las almas devotas, los maestros espirituales multiplican los consejos para calmar su inquietud y darles a conocer las ventajas de esos combates.
El que no es tentado ¿qué sabe? (Eccli, XXXIV, 9), nos dice el Espíritu Santo. En efecto, el que no sufre tentaciones ignora la flaqueza de su condición y la virtud de la gracia. Bienaventurado el que sufre la tentación, porque siendo probado por ella, recibirá la corona de vida que Dios promete a los que le aman (Jac, I, 12).
Así como los perros no ladran a los de casa, sino a los extraños, así también el diablo no se empeña en atacar a los que por sí mismos buscan la tentación, porque los mira como suyos. Por eso cuando veamos que atormenta con sugestiones repetidas, hemos de juzgar que aquella alma no le pertenece; y cuanto más redobla sus esfuerzos, mayor señal es de virtud sólida; porque este enemigo no hace grandes esfuerzos sino contra las plazas más fuertes y que más le resisten.
"Si supiésemos hacer buen uso de las tentaciones, decía el Santo, en vez de rehusarlas, las provocaríamos, y casi, casi, estoy por decir que desearíamos tenerlas. Pero por cuanto es notoria nuestra flaqueza y cobardía, como consta por la experiencia de tantas caídas lamentables, tenemos mucha razón y es muy justo que digamos: No nos dejes caer en la tentación".
"Piensan algunos que cuando se ven afligidos de pensamientos, de blasfemia e impiedad han perdido la gracia y aun la fe. Se engañan; mientras que tales pensamientos les molesten y desagraden, no pueden hacerles daño alguno; antes bien, estos vientos impetuosos sólo sirven para hacerles echar más profundas raíces en la fe. Esto mismo se ha de entender acerca de las tentaciones contra la castidad y otras virtudes".
"Así como entre los perales no hay alguno que no sea injerto, así también entre los hombres, aun los más ancianos, no hay alguno que no sufra tentación. El ángel dijo a Tobías: 'Porque eras agradable a Dios fue necesario que la tentación te probase'" (Tob, XII, 13).
"Esas tentaciones tan importunas vienen de la malicia del diablo; pero la pena y sufrimiento que nos ocasionan vienen de la misericordia de Dios, que, contra la voluntad de su enemigo, saca de su malicia la santa tribulación. Vuestras tentaciones son, pues, del diablo y del infierno; pero vuestras penas y aflicciones son de Dios y del paraíso. Las madres son de Babilonia, pero las hijas son de Jerusalén".
En fin, notad bien lo que voy a repetiros: en tanto que la tentación os desagrade, no hay que temer. ¿Por qué os habría de desagradar si la quisieseis tener? No os turbéis. Dejad que el enemigo rabie en la puerta; que empuje, que solicite, que clame, que aúlle, y haga lo peor que pueda. Estemos seguros de que no puede entrar a nuestra alma sino por la puerta de nuestro consentimiento: guardémosla firmemente, cerciorémonos con frecuencia de que está bien cerrada, y no nos inquietemos, porque no hay que temer.
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