- Pero no tengo confianza en mi confesor. - En tal caso debéis ir con otro. Los confesores fueron constituidos para las almas y no las almas para los sacerdotes. El escrúpulo de los escrupulosos es no atreverse a cambiar de confesor. Y todo el que quiera que hagáis escrúpulo de eso, merecerá que le abandonéis como escrupuloso. La virtud, como la verdad, se encuentra siempre entre dos extremos perjudiciales: cambiar de confesor por cualquier pretexto, o no atreverse a cambiar nunca; dejar la confesión más bien que confesarse con otro sacerdote, son dos extremos reprensibles. Lo primero indica ligereza; lo segundo pusilanimidad. Y si me preguntáis cuál es lo más censurable e incómodo, os diré que lo segundo, en cuanto que me parece tener mucho de bajeza de alma, de temor humano, de apego a la criatura y de espíritu de esclavitud tan contrario al de Dios, que está sólo donde se encuentra la santa libertad.
"Los que dan el consejo de no cambiar nunca de confesor son quizá los que menos lo practican; y el confesor que lleva a mal que se le deje por otros, no sólo debe ser abandonado, se debe huir de él como de un verdadero escollo contra la santa libertad de espíritu, de la cual debemos gloriarnos como uno de los más ricos dones de Jesucristo".
Mas suponiendo que no pudieseis dirigiros a otro confesor, decidme: si tuvierais una llaga que pudiese causar la muerte si no fuera atendida con cuidado, ¿no llamaríais al punto al único médico que se pudiera encontrar, aunque fuese grande la confusión que habríais de sentir? Y para curar vuestra alma herida de muerte y para preservaros del infierno, ¿no os atreveréis a descubriros ante vuestro padre espiritual?
Por el amor de Jesucristo, tened valor y triunfad generosamente de esa vergüenza que el demonio os hace ver mayor de lo que en sí es. Apenas habréis comenzado vuestra confesión y se disiparán esos temores. sabed que si obráis así, al volver del confesonario os sentiréis más feliz que si poseyeseis todos los bienes de la tierra. Encomendaos con filial ternura a la Santísima Virgen María; Ella os ayudará a vencer toda repugnancia.
Si no tenéis valor de confesar vuestro pecado al principio, haced lo que voy aconsejaros. Decid al confesor: "Padre mío, ayudadme, porque tengo un pecado que no me atrevo a confesar". El sacerdote encontrará pronto algún recurso para sacar de su guarida la bestia feroz que os devora; y esto sin gran pena de vuestra parte, porque os bastará responder sencillamente sí o no.
Ved aquí otro medio; si no queréis decir de palabra vuestro pecado, escribidlo y entregadlo al confesor, diciendo: "Me acuso del pecado que habéis leído". Y así no tendréis ya sobre vos el infierno eterno ni el infierno temporal; recobraréis la gracia de Dios, y con ella la paz del espíritu.
Sabed que cuanto más grande sea la violencia que os hagáis para venceros, mayor será la ternura con la cual Dios ha de estrecharos contra su corazón. El padre Segneri cuenta que una religiosa hizo tantos esfuerzos para confesar ciertos pecados de la infancia, que se desmayó al acusarlos; más en recompensa le dio Dios Nuestro Señor tanta compunción y caridad, que desde ese momento se dio del todo a la perfección, hizo grandes penitencias y murió en olor de santidad.
No quiero, sin embargo, que lo dicho sirva para inquietaros; porque me he referido sólo a los que tienen sobre la conciencia el peso de algunos pecados graves y ciertos que por la vergüenza no quieren confesar.
Pero en cuanto a las dudas que os pueden sobrevenir sobre pecados de otros tiempos o sobre confesiones mal hechas, si queréis, bien pudierais manifestarlas al confesor para mayor tranquilidad; aunque a los escrupulosos no puede aconsejárseles que se confiesen de sus dudas, como lo veremos adelante.
Debéis conocer además ciertas doctrinas aprobadas por los teólogos que pueden libertaros de angustias, trayéndoos la paz.
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