Otro motivo de turbación para las almas devotas es la multitud de distracciones, de pensamientos frívolos y extraños que les asaltan durante la oración y meditación. Y les parece que son inevitables esos defectos que sólo se originan de nuestra flaqueza, de la movilidad de nuestro espíritu y los devaneos de la imaginación. Los más grandes santos han sufrido todo eso y aun con mucha frecuencia, como lo dice el autor mismo de la Imitación. Se refiere que un solitario de la Tebaida intentó decir un Pater noster sin distracción alguna; lo comenzó cincuenta y tres veces y no logró su objeto.
No siendo voluntarias las distracciones, en nada disminuyen el mérito de la meditación. "Aunque no hicieseis otra cosa, dice San Francisco de Sales, más que desechar las distracciones, vuestra oración sería excelente, porque Dios sólo atiende a la buena voluntad".
Cuando nos hayamos puesto seriamente en presencia de Dios, desechando de antemano las distracciones que nos puedan sobrevenir, tranquilicémonos; y tanto más, cuanto si las distracciones sean ocasionadas por trabajos externos prescritos por obediencia. Escuchemos El Espíritu de San Francisco de Sales sobre este punto:
"Suspiraba por el descanso una superiora, lamentándose de que las ocupaciones anexas a su oficio la distraían de su unión con Dios: el Santo la hizo callar representándola que no hay cosa que nos pueda separara de Dios sino el pecado".
"Es ciertamente un error manifiesto el pensar que las ocupaciones legítimas nos apartan del divino amor; por lo contrario, no hay lazo más fuerte para unirnos a Dios como hacerlas puramente para gloria suya. Dejarlas para unirse a Él en la oración, en la soledad, en la lectura, el silencio, el recogimiento, el reposo y la contemplación, más es dejar a Dios para unirse a sí mismo y a su amor propio".
"Ved lo que agregó el Santo para estimular a esa superiora: 'A proporción que, ayudada de la virtud, de la santa obediencia, emprendierais muchas cosas para Dios, Él os favorecerá con su ayuda y hará vuestra obra juntamente con vos, si vos queréis hacer la suya juntamente con Él. Pues si la suya es la santificación de las almas, trabajad humilde, simple y confiadamente en esto, y jamás sufriréis distracción alguna perjudicial. No es paz justa la que huye del trabajo necesario para la gloria de Dios'".
Por otra parte, hay dos medios de evitar o siquiera disminuir las distracciones en la meditación: ponerse seriamente en presencia de Dios y usar algún libro. El que se pone a orar sin preparación, es semejante al que tienta a Dios. "No ignoro, dice San Francisco, que hay tiempos estériles en que por más preparación que se haga, será tan difícil sacar un pensamiento de la cabeza como una gota de agua de los peñascos; pero os suplico que no os aflijáis en esa situación. Proseguid trabajando con dulzura, con humildad y paciencia, y sin fatigar vuestro espíritu".
"Servíos de algún libro cuando os sintáis fatigado; leed un poquito y luego meditad sobre ello; volved a leer y meditad otros instantes, y proseguid así durante vuestra media hora".
"La madre Teresa así obró también en sus principios, y asegura que se encontraba muy bien. Y puesto que hablamos confidencialmente, os diré que cuando me he valido de ese método ha salido bien. Tened por regla que la gracia de la meditación no puede lograrse nunca por los esfuerzos del espíritu; pero sí es indispensable una perseverancia dulce, afectuosa y llena de humildad".
A las distracciones siguen las tentaciones, nuevo y frecuente motivo de escrúpulos e inquietudes para las conciencias delicadas o poco instruidas. Oigamos la obra citada:
"Me preguntáis por qué Dios permite que el demonio nos aflija con tantas tentaciones, poniéndonos en grave peligro de ofenderlo y condenarnos. Os respondo con el Espíritu Santo que la tentación engendra la paciencia, la paciencia la prueba, ésta la esperanza y la esperanza nunca es confundida (Rom, V, 5). Dichoso es el que sufre la tentación, porque cuando haya sido probado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a los que le aman (Jac, I, 12). El que no es tentado, ¿qué sabe? (Ecclio, XXIV, 11). Porque eras acepto a Dios fue necesario que la tentación te probara (Tob, XII, 19)".
"¿Sabéis lo que Dios hace en la tentación? Permite que el maligno autor de tales artefactos los proponga en venta, para que, con el desprecio que los vemos, podamos atestigar nuestro afecto a las cosas divinas".
"¿Y por esto, hija mía, nos habríamos de inquietar? ¿Cambiaremos siquiera de postura? De ningún modo. Es solamente el diablo, que anda alrededor de nosotros para que se le abra alguna puerta. Así obraba con Job, con San Antonio, con Santa Catalina de Siena, y con una infinidad de almas que conozco, y también con la mía, que nada vale y que no conozco gran cosa".
"¿Por todo esto habríamos de incomodarnos? ¡Ah! Dejad al demonio que continúe su obra; tened solamente todas las puertas cerradas, y al fin se cansará o Dios lo alejará de vuestro lado. Es buena señal tanto ruido y tanta tempestad en vuestra alma, porque eso indica que no habéis sucumbido".
"Nos turbamos y afligimos por no saber si la tentación está fuera o dentro de nosotros".
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