Todas las cosas tienen su tiempo: el de sufrir se distingue del que destinamos a la oración. Ni la primavera ni el invierno son ocasiones propicias para buscar fruto en los árboles. Cada cosa tiene su estación. Se necesitaría carne de bronce para obrar sufriendo y sufrir obrando. Cuando Dios nos llama a los sufrimientos nos descarga de la acción.
Hay enfermos que, viéndose tendidos sobre su lecho, no se lamentan tanto de sus dolores cuanto de su impotencia para servir a Jesucristo como en los días de su salud. Grandemente se engañan, puesto que en una hora de sufrimiento por amor y sumisión a la voluntad de Dios pueden darle más gloria que en muchos días de trabajo hecho con menos amor.
Pero deseamos servir a Dios según nuestro modo, no según el Suyo; según nuestra voluntad, y no según la Suya. Sólo amamos su Voluntad cuando es conforme con la nuestra, cuando debíamos amar la nuestra sólo cuando es conforme con la Suya. Cuando quiere que estemos enfermos, queremos estar sanos; cuando desea que le sirvamos por el sufrimiento, deseamos servirle por la acción.
En vez de amar el amor de Dios, amamos la dulzura de este amor, porque el que no ama más que a Dios, le ama igualmente en todo tiempo.
A uno que durante ruda enfermedad se quejaba con nuestro padre de su impotencia para meditar, le respondió: "Es mejor estar sobre la cruz como Jesucristo, que meditar solamente en sus tormentos".
Por eso nuestro Padre tenía gran respeto a los enfermos y gran confianza en sus oraciones. He aquí cómo expresaba sus sentimiento en la carta que dirigió a un enfermo: "Mientras que reflexionáis en el lecho, os consolaré, pero con reverencia particular y honor extraordinario, como a criatura visitada por Dios, revestida con sus vestiduras y desposada con Él".
Cuando Jesucristo estaba en la cruz, fue declarado rey, aun por sus enemigos; las almas que están en la cruz son igualmente reinas. No sabéis lo que nos envidiarían los ángeles si pudiesen, y es que podemos sufrir por Dios. San Pablo, que estuvo entre las felicidades del cielo, sólo se consideraba feliz en sus flaquezas y en la cruz de Jesucristo.
Y más adelante le suplica, como a hombre marcado con el sello de la cruz y participante en los sufrimientos de Jesucristo, que le pida por un asunto de importancia, porque creía que a la hora del sufrimiento las oraciones, aunque cortas, son más eficaces. Escuchemos sus palabras:
"Os suplico que me hagáis el favor de recomendar a Jesucristo una buena obra en la que estoy muy interesado, deseo aprovecharme de vuestros dolores, porque en estas circunstancias, vuestras súplicas, aunque cortas, son infinitamente más aceptables. Pedid también en ese tiempo las virtudes que os sean más necesarias".
Las enfermedades violentas ceden presto o nos llevan a la tumba; las que se hacen crónicas ejercitan más la paciencia de los enfermos y de los que se encargan de su cuidado. Ved cómo habla San Francisco: "Las enfermedades largas son escuelas magníficas de misericordia para los que asisten a los enfermos y de amorosa paciencia para los que las sufren; porque los unos están al pie de la cruz, con Nuestra Madre Santísima y con el discípulo amado, y los otros están sobre la misma cruz con Jesucristo".
Toda la vida del verdadero cristiano no es otra cosa sino un largo martirio. El que nada sufre con Jesús, no es digno de reinar con Él.
"¡Oh alma en gracia de Dios! dice San Francisco; sois esposa no sólo de Jesús triunfante, sino también de Jesús crucificado; por eso las joyas y prendas que os da son la cruz, los clavos y las espinas, y el festín de las bodas es de hiel, hisopo y vinagre. Allá arriba sí encontraremos diamantes, rubíes, esmeraldas, mosto, miel y maná incorruptible".
Envidia de los ángeles
ResponderEliminarOyóme un ángel en aciagas horas,
y dijo así, de mi dolor curioso:
celos he de tu cáliz angustioso
y envidia de las lágrimas que lloras.
Cautivo en cárcel de tinieblas moras...
¡cuán desgraciado, pero cuán glorioso!
Más rico tu que yo, más dadivoso,
sufrir puedes, morir por quién adoras...
Privilegio es el del hombre, hermosa hoguera
que a la luz de los ángeles excede
y en llamas de ternura el mundo inflama.
Que aun Dios, si en carne de dolor no fuera,
jamás pudiera, como el hombre puede,
padecer y morir por quienes ama
Ricardo León