Si conocéis que vuestras faltas son plenamente deliberadas y que no tenéis voluntad de corregiros, ni yo ni nadie os aconsejará la Comunión frecuente.
Pero no tenéis, por fortuna, afecto a los pecados veniales ni costumbre de cometerlos con plena deliberación; por el contrario, os agrada orar y deseáis el progreso de vuestra alma. Obedeced al confesor, os lo repito, y no acumuléis dificultades.
Cuanto más enfermo estéis, con tanto mayor ahínco debéis buscar el remedio que la Comunión os presenta. En esto seguiréis el consejo de San Ambrosio: "Yo, que peco cada día, dice, debo buscar cada día el remedio". A los muros que se inclinan se les ponen trabas, no para enderezarlos, sino para evitar la caída.
Decís que no os enmendáis; y alejándoos de la Comunión, ¿llegaréis a enmendaros algún día? Al contrario, seréis peor. En su Tratado de la Comunión, escribe el padre Granada: "El que quiera sanar de sus enfermedades, no debe alejarse del gran remedio de la Comunión". Aunque no hubiese otra ventaja, se lograría al menos la de poder decir: "Comulgué hoy, y debo comulgar mañana". ¡Cuántas veces estas solas palabras son suficientes para que evitemos el pecado con más ahínco, empleando mayor vigilancia!
Además, el Sacramento, por sí mismo, comunica luz y fuerza. La enseñanza común de los teólogos es que la Santa Eucaristía confiere más gracia que los otros sacramentos, porque allí se encuentra Nuestro Señor Jesucristo, que es el Autor de la gracia. Es más grande el don de un príncipe hecho por su propia mano, que cuando se recibe por medio de otro.
- Pero estoy distraído, frío y sin devoción. - ¿Qué entendéis por devoción? ¿El fervor sensible? Este no es necesario. Basta que tengáis la resolución firme de hacer lo que sepáis que agrade a Dios. Tal es la verdadera devoción y fervor que Él os pide. Y aun cuando no sintiéreis ni ese fervor de la voluntad, debéis acercaros a la Sagrada Mesa para obtenerlo.
"El que se abstiene de comulgar, dice Gerson, porque no está fervoroso, se asemeja al que teniendo frío rehúsa el fuego para calentarse".
Además, según el sentir de San Lorenzo Justiniano, el Santísimo Sacramento opera a veces sin que nos apercibamos de ello.
Escuchad la consoladora doctrina de San Buenaventura: "Aunque os sintáis tibio y sin devoción, no dejéis de comulgar con toda confianza. Mientras más grave está el enfermo, mayor necesidad tiene de médico".
No os dejéis llevar por la idea ilusoria de que comulgando raras veces podrías adquirir más devoción. El que come pocas veces lo hace en verdad con apetito, pero también con menos provecho. Comulgando raras veces, experimentaréis quizá más devoción sensible; pero poco adelantaréis en la perfección, porque dejaréis por mucho tiempo de alimentaros con lo único que os puede fortalecer para evitar vuestras faltas. No atendáis, pues, a la devoción más o menos sensible; pensad sólo en comulgar para uniros a Dios, y con esta intención, os lo aseguro, sacaréis grandes ventajas.
- Me abstengo a veces de la Comunión para no causar murmuraciones entre los que, conociéndome tan imperfecto, se escandalizarían viéndome comulgar con frecuencia. - Siempre que comulguéis por consejo del sacerdote encargado de vuestra alma, y con intención de avanzar en el amor de Dios, o al menos para alejaros de toda falta, acercáos sin temer a lo que digan los otros.
Decía el Beato Juan de Ávila que "los que se ocupan de reprender a los que comulgan con frecuencia hacen oficios de demonios". ¿Querríais acaso escuchar a éstos?
Un día que Santa Francisca Romana se preparaba a comulgar, le dijo el demonio: "¿Cómo te atreves a recibir al Cordero sin mancha, tú que estás cubierta de imperfecciones y pecados veniales?" La Santa, comprendiendo que el enemigo de nuestra naturaleza intentaba impedirle la Comunión, lo ahuyentó escupiéndole en el rostro. Y al punto la Santísima Virgen se le apareció, elogiando su proceder y agregando que los defectos no deben impedirnos la Comunión, sino al contrario, alentarnos para hacerla, porque en la Santa Eucaristía está el remedio para todas nuestras miserias.
Esto es conforme con la enseñanza del Catecismo Romano, donde se asegura que la Comunión perdona los pecados veniales. O como habla Santo Tomás, con el común de los Doctores, la Comunión produce en el alma actos de amor a Dios, por los que se perdonan los pecados veniales.
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