martes, 31 de marzo de 2020

Prólogo

Entre las enfermedades del alma, una de las más digna de compasión, más difíciles de curar y más dañosas, es el escrúpulo.

Digna de compasión. Se apodera de las mejores almas, transforma la delicadeza de conciencia en pusilanimidad y vanos temores; convierte en esclavos del Sinaí a los hijos del Calvario; lejos de hallar reposo y alegría en el servicio del Buen Maestro que ha dicho: Mi yugo es suave y mi carga ligera, soportan la Religión como una carga, pues todos los deberes que impone son para ellos otras tantas fuentes de tormentos e inquietudes.

Difícil de curar. El carácter propio de esta dolencia es el engaño de sus víctimas. Si se consideraran verdaderamente escrupulosos, presto quedarían sanos; pero lo difícil es convencerles, porque encuentra siempre evasivas para defenderse. “Temo no haberme explicado bien; temo que no me hayan comprendido; temo que me falte la contrición suficiente; temo pecar en todas mis acciones”. ¡Innumerables santos y hábiles confesores han trabajado y trabajan aún sin éxito en este vital asunto!

Muy dañosa. El escrúpulo conduce al disgusto del deber; el disgusto a la relajación; la relajación a la indiferencia; la indiferencia al abandono final no sólo de las prácticas de supererogación, sino aun de las obligaciones más importantes, y acontece a menudo que todo esto termina en la incredulidad o en la locura.

Semejante desgracia es tanto más de temer, cuanto que el escrúpulo, llegando a cierto extremo, abarca el pasado, el presente y el porvenir: el pasado, por el temor de no haber hecho jamás buenas confesiones; el presente, por el temor de pecar en cuanto se piensa, se dice y se hace; el porvenir, por el temor exagerado de perder la vida eterna.

Socorrer a estas pobres almas y recordar a sus confesores la dirección de los maestros más experimentados en los caminos del espíritu, tal es el objeto de esta obra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario